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El bienestar de los estudiantes: dimensión clave para el éxito de la enseñanza virtual



A casi un año de iniciada la crisis sanitaria, las instituciones de educación superior cierran un período académico de múltiples desafíos. El paso repentino de la modalidad presencial a una virtual requirió de importantes esfuerzos técnicos por facilitar el acceso a tecnología y conectividad para todos los actores, destinando recursos para una adaptación imprevista de programas que estaban diseñados para la presencialidad. Estos esfuerzos estuvieron orientados a resguardar el logro de los objetivos de aprendizaje, respondiendo al apremio por mantener la continuidad del servicio educativo. Con más o menos dificultades, las universidades chilenas parecen haber respondido con rapidez a esta tarea.

Durante el año 2020 las comunidades académicas comenzaron a expresar necesidades en otros ámbitos: necesidad de apoyo emocional, de recibir atención especializada en salud mental por stress, ansiedad o depresión, o simplemente necesidad de compartir un café y una conversación con amistades o profesores. En su conjunto, todas estas remiten al ámbito del bienestar integral. Este es un estado de equilibrio dinámico que además de salud mental y física, incluye el desarrollo de dimensiones sociales, intelectuales y ocupacionales, las que interactúan directamente con la experiencia universitaria. La pandemia ha demostrado afectar negativamente el bienestar de las comunidades universitarias, y así lo expresan más del 80% de los estudiantes encuestados por Pulso Estudiantil (2020). Es evidente que esta problemática requiere respuestas más allá del resguardo de la continuidad académica, para asegurar un acceso equitativo y seguro a todos los estudiantes, sin distinción.

En este escenario, los estudiantes de primer año son un grupo que merece esfuerzos institucionales focalizados. Viven un periodo de transición marcado por importantes desafíos psicosociales, como la entrada a la vida universitaria, la construcción de un sentido de pertenencia con la institución, y la adaptación académica (Gallardo, 2014), los que se ven incrementados por las restricciones de la virtualidad. Las oportunidades para construir amistades y redes de apoyo, las instancias de participación política y el goce de las actividades extracurriculares, instalaciones y servicios institucionales son sólo algunas de las dimensiones de la vida universitaria que se han visto limitadas o suprimidas. Todas ellas son áreas de importante valor formativo, a nivel profesional y humano, que facilitan la transición y que no están siendo suficientemente recogidas por la Universidad a distancia, la que se ha focalizado casi exclusivamente en lo curricular.

En este contexto, las y los docentes juegan un rol fundamental. Mucho se ha documentado sobre la importancia de una buena relación profesor-alumno para favorecer el compromiso académico, la motivación, la inclusión, etc. y, en la educación superior, esto no es excepción. En la educación a distancia, donde la experiencia educativa se ve reducida a las interacciones digitales y no existen espacios comunes para encuentros espontáneos o informales, los desafíos del tránsito a la educación superior adquieren especial relevancia. Ante estos, el docente como una figura de acogida, cercana y flexible puede marcar la diferencia (Gallardo y Reyes, 2010). Demostrar interés y preocupación por la situación de los estudiantes, propiciar el encuentro y el diálogo en distintos espacios (aunque sean virtuales), y actuar con flexibilidad en aspectos metodológicos como la evaluación y los requisitos de aprobación (Gallardo y García, 2020), son algunas de las recomendaciones que los y las docentes deben tener en cuenta para acompañar a los estudiantes de primer año.

En vistas del cierre del año académico 2020 y de la proyección de un año 2021 con características similares, es fundamental recoger las experiencias y aprendizajes vividos como una oportunidad para mejorar. Habiendo superado en gran medida los desafíos técnicos de la educación a distancia, debemos volver la mirada sobre la comunidad y los actores que la componen. La invitación es a repensar los roles y las formas de interactuar en virtualidad, para promover el bienestar integral en toda la comunidad como un fin en sí mismo. La calidad de la educación no se juega solo en logros intelectuales. Los aprendizajes comprenden más que contenidos, teorías y datos. Formar en bienestar, es formar con calidad.

Este texto ha sido elaborado por:

Emilia Tagle, Joaquín Zamorano y Judith Scharager

De Agencia para la Calidad de la Educación, QUALITAS.

Diciembre 2020

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